sábado, 18 de enero de 2014

Taller de Escritura Creativa: el inicio





Mi Taller de Escritura Creativa nació en marzo de 2009 mientras realizaba una expedición fotográfica por Venezuela. Específicamente en el lugar más espectacular del planeta. Esta es la historia de ese momento en el que me inspiré:

Llevaba más de media hora que no pronuncia palabra alguna. Acabábamos de llegar a la Gran Sabana. No se explica cómo todavía algunas de mis compañeros de viaje seguían quejándose por la falta o exceso del aire acondicionado. Yo sólo desea estar callado, no hacer ruido. Sabía que estaba entrando a un lugar sagrado y no deseaba que el Dios que lo habita se despertara y abandonara la tierra para siempre.

Roberto –el director de la escuela de fotografía- me preguntó apenas nos detuvimos en los rápidos de Kamoirán ¿qué me parece?, como quien le muestra una “bolondrona” a un amigo en un juego de canicas. Y mi mente como en las encuestas sólo podía responder “no sabe-no contesta”, más bien sí sabía pero era tal el impacto que había sufrido que me era imposible expresarme en ese momento. No estaba feliz, no me sentía alegre; me sentía abrumado, sobrecogido, pequeñito ante tanta inmensidad.

Aún no había podido asimilar la profusión de imágenes, sensaciones y experiencias que había vivido desde que abordé uno de los carros de Larga Distancia Expediciones Fotográficas en la madrugada del sábado 7 de marzo en las inmediaciones del centro comercial San Ignacio en Caracas. 

La primera parada a fotografiar no fue uno de los atardeceres del estado Lara, no – ¡que si quieres postales tío mejor que te compres una! Que para llegar al cielo pareciera que primero hay que conocer el infierno-. Lo primero que el grupo se detuvo a fotografiar fue a un grupo de “pichacheros” o personas que subsisten de la basura. 
En cada pueblo al que llegaba asumía la forma de hablar de los lugareños, como la mejor forma de acercarme a los retratados. Y fue en ese continuo transmutarme que los lastres de mi vida fueron cediendo.

No sé muy bien si fue cuando colgé un trozo de madera de Guadalupe en mi cuello o guardé una cruz de azabache del Capanaparo en mi bolsillo; no sé si fue por el brebaje de chuchuguaza que me brindaron antes de conocer La Hundición –ese Sodoma y Gomorra criollo, con estatua de sal bíblica incluida-, o por el ponche andino que me tomé frente a la iglesia de Juan Félix Sánchez en Mucuchíes. 

La verdad es que pasados los días ocurrió en mí un cambio que sólo la visión aguda de un fotógrafo avisado podía haber captado: Una ligera sonrisa se había instalado en mi rostro, del hasta ahora esquivo periodista.

Algunos de los miembros del grupo notaron el cambio cuando se dieron cuenta que desde La Azulita en Mérida, yo ya no fumaba. De guardar cierta distancia del grupo al iniciar la travesía, pasé a confiar más, a entregarme, hasta el punto que en una piscina imaginaria –uno de los juegos de Roberto- me lancé de espalda a los brazos de mis compañeros.

Y mi Damasco personal llegó cuando el grupo iba de salida de Paraitepui rumbo a Santa Elena de Uairén, la línea fronteriza con Brasil y de allí de nuevo a casa en Caracas. Algo sucedió, los carros se detuvieron; Roberto se bajó del vehículo líder y comenzó a recoger latas de la Gran Sabana. El resto de la comitiva lo imita y se van llenando varias bolsas con la basura de aluminio que cientos de turistas olvidan tras su paso por este Edén que se negó a despertar desde que el Creador decidió recostar su cabeza al séptimo día.

Fue cargando esa bolsa de latas en la Gran Sabana, que yo por fin fue asimilando el encuentro con el niño sin brazos que soñaba con ser ingeniero en el poblado de La Florida de Falcón; el accidente que auxiliaron en la carretera rumbo a Ciudad Bolívar en la que una niña lloraba más por su padre herido que por la sangre de su mano; la nefasta franela que vestía una de las adolescentes del poblado indígena de Santa Ana que decía “No hago milagros pero soy virgen”; mil y una imágenes imborrables como esa estampida de estrellas que me abrazaron en el Capanaparo.

Y sí, este periodista asumió la Vuelta a Venezuela como su particular Camino de Santiago. Su alma dio un vuelco y se deshizo del equipaje extra que le estorbaba. ¿Cómo es posible entrar en los antiguos espacios estrechos de la vida cuando la inmensidad de la Gran Sabana se había metido en tu alma? 

Apenas llegué a Caracas decidí renunciar a ese empleo que me agobiaba; di por acabada la espera de ese amor que nunca voltio a verme; y decidí fundar el Taller de Escritura Creativa. Definitivamente la paz se instaló a vivir en mi mirada.

A partir de ese momento cientos de talleristas se han contagiado de mi entusiasmo y han volcado su creatividad historias estupendas. La maravilla continúa…